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Joan F. Ribas

Adiós al mítico bluesman Albert Cooper

Los músicos de Sant Josep hoy están de luto y seguro que más de uno brindará esta noche hacia las estrellas con una copa de brandy, en señal de respeto y homenaje al bluesman británico Albert Cooper. Según ha informado su hijo Chris a través del perfil de Facebook de su padre hace unas horas, falleció anoche tras sufrir una caída, a los 91 años de edad. La primera alerta la recibió su hermana Rosalie por teléfono. Al otro lado de la línea, su padre le informó de que estaba en el suelo y no se podía levantar, pero la tranquilizó asegurando que se encontraba bien. Sin embargo, cuando ella llegó a la casa, Albert ya no respiraba y no se pudo hacer nada por salvarle la vida.

Atrás quedan actuaciones memorables en Can Jordi Blues Station y en Racó Verd, donde Albert actuó en diversas ocasiones junto a su hijo Chris, un excelente pianista, que últimamente solía acompañarle en sus escapadas a Ibiza, y diversos músicos de la isla con los que trabó amistad, muy especialmente Miquel Prats, Botja, del que era íntimo desde mediados de los años setenta. Albert destacaba por su voz densa y rota, la pasión que ponía al cantar, la inmensa ilusión que le hacía actuar y una estética a medio camino entre el bluesman y un personaje de western, a la que no renunciaba ni siquiera en verano.

Albert Cooper nació en Norwich, en 1933, y comenzó a cantar en el coro de la iglesia, aficionándose posteriormente a otros estilos, como el folk, el rock y el jazz, para decantarse finalmente por el blues, al que dedicaría la mayor parte de su vida como artista, al lado de su banda. Comenzó a actuar en los escenarios del condado de Norfolk a los veinte años y grabó algunos discos, editados por él mismo con el objetivo de tener material para ofrecer al público que se lo reclamaba en sus conciertos.

Compatibilizó su trabajo con otros oficios, viviendo una de sus épocas más estables al fundar una empresa de diseño que se dedicó fundamentalmente a crear alfombras. En los 60 y 70 incluso regentó su propio local de conciertos, The Jacquard, donde actuaron artistas de la talla de Paul Simon y Sandy Denny, entre otros, y donde él también ofrecía conciertos con su banda.

Desde el principio de los años setenta veraneó en la isla y sólo dejó de hacerlo algunas temporadas en las que la economía doméstica se lo impidió o ya de anciano, tras el coronavirus. En los primeros años venía con su mujer, Valery, de la que luego se separó, y con sus hijos. Tuvo cuatro: Saint John, Rosalie, Gemma y Chris. Solía alojarse en una casa alquilada situada en el monte que hay detrás de la iglesia de Sant Josep, y el pueblo se convirtió en su feudo veraniego. Le gustaba charlar con la gente y se sentía tan bien recibido, que para él sus vacaciones en la isla constituían una necesidad imperiosa. Cooper fue esencial en la vida de algunos vecinos del pueblo, muy especialmente en la de Miquel Prats, a quien contagió la pasión por el blues incluso años antes de conocer a Dave Jeffs, más conocido como Blues Dave.

Albert y Miquel se conocieron alrededor de 1977: “Clive Crocker, el dueño de Clive’s, en el puerto, y un socio suyo habían estado haciendo los preparativos para abrir un bar en s’Olivera de Can Botja, lo que ahora es el Racó Verd, y cuando ya lo tenían todo listo tuvieron que renunciar al proyecto por una cuestión de papeles o de extranjería. Como el local era de la familia, mi hermano Juan José, Enric y Bartolo Graó, dos amigos del pueblo, decidimos abrirlo ocasionalmente en verano, sin un horario fijo, cuando veíamos aparecer algún autobús de turistas. Teníamos un tocadiscos y sólo dos vinilos: uno de los Beatles y otro de los Rolling Stones. Un día nos oyó, se acercó a saludarnos y nos dijo que le gustaba nuestra música. Ese verano volvió y nos trajo un doble álbum de Little Walter y otro de B. B. King. Fue así como nos aficionamos al blues y se generó una amistad que ha durado todos estos años. Es uno de los grandes culpables de que me dedicara a este tipo de música”, apunta Miquel Botja, aún sobrecogido por la noticia.

Durante años, mientras Albert estaba por la isla, disfrutaba sentándose con Miquel y otros músicos con la acústica e interpretar viejos blues en petit comité. Tocaban, cantaban, él bebía brandy como un cosaco y vivían sobremesas eternas. “Creo que en Ibiza se sentía querido y él también quería mucho a la gente. Escribía un diario en el que apuntaba con quien había hablado ese día y qué asuntos habían tratado, y nunca fallaba, llegara como llegara a casa. Yo creo que cuando al año siguiente volvía, repasaba las páginas de la temporada anterior porque se acordaba de todo el mundo”, añade Miquel.

Con el boom de la música en vivo que inició Can Jordi hace ya tres lustros, Albert Cooper pudo por fin ofrecer conciertos en la isla, en los que se apoyaba en Miquel y otros miembros de Bluesmàfia, como Dennis Herman, Johnny Hockins o Stefano Serra, y mantenía conversaciones con todos los músicos que se le acercaban. Luego también actuó en diversas ocasiones en Racó Verd, el sitio donde empezó todo, y si Bluesmàfia tenía alguna actuación en la isla mientras él estaba de vacaciones, siempre terminaba en el escenario interpretando algunos temas.

En Can Jordi, donde actuó por última vez en 2019, deja un recuerdo imborrable, tanto por su música como por su personalidad y simpatía. De paso bautizó a Vicent Jordi como “The Shopkeeper”, apodo que se le ha quedado con alguna variación. Se lo puso porque nunca se aclaraba si había que llamarle “Vicent” o “Jordi”. Hoy, como buena parte de sus clientes, no hace más que pensar en él.

En estos últimos años en que no pudo venir, primero por la pandemia y después por su frágil estado de salud, se pasaba el día saludando a sus amigos ibicencos por Facebook, añadiendo comentarios sobre lo divino y lo humano e insistiendo en lo mucho que echaba de menos a Ibiza. Nunca pudo cumplir su sueño de traer a su banda de Norwich y ofrecer con ella un concierto en la isla.

Albert también era escritor de poemas y en su perfil de Facebook mantenía fijado uno, ciertamente triste, que, traducido, viene a decir:

“No soy el que quería ser.
Desde la vejez observo los errores de mi juventud y los que vendrían después.
La canción fue mal durante el camino.
Hoy sé que no soy el que quería ser”

 

Descansa en paz, querido Albert.